XXIV

Recorrer un lugar abandonado, desierto, habitar momentáneamente lo deshabitado e inhabitable, siempre tiene un efecto revitalizador, es un estímulo, eleva los niveles de intensidad anímica de un modo similar al contacto con los animales o la naturaleza. La constelacion y el enigma que trazan estas experiencias diversas apunta una solución paradójica al problema. Las fuerzas de la tierra sólo pueden despertar cuando se produce el declive de lo humano; la ruina de la humanidad vivifica al hombre, el fin de la historia es un principio vital. Los límites que no somos son necesarios para ser, descarga eléctrica que sacude la mente y el cuerpo.

XXIII

El altar y los bancos de la capilla estaban cubiertos de una fina capa de polvo blanco. No era nieve. El techo dorado se mantenía en buenas condiciones. Los pedestales estaban vacíos, uno azul en el centro y dos rojos a los lados. Sin figuras ni iconos; nada santo ni que aludiera a lo divino. Sólo tiempo y color. La vaciedad era la única liturgia. Pensó que así debería ser siempre. Ahora caminaba de noche por la ciudad, entre regueros de rostros anónimos, alumbrados por luces de colores; cada uno se había convertido en su propio dios y había alzado su propio pedestal. La música pretendía ser alegre; en realidad sonaba a funeral. Hasta que los tronos y los pedestales no vuelvan a quedar vacíos, el reino de los cielos no se hará en una tierra resplandeciente. Dios no debería haber existido nunca.

XXII

Entró en la sala hasta llegar al centro. Permaneció tan inmóvil como las paredes desconchadas que le rodeaban. Después de inspirar y expirar el aire varias veces, cerró los ojos, levantó los brazos en cruz y elevó la cabeza al cielo. El eje de la tierra estaba sobre su cráneo; la vertical sobre la horizontal. Era imposible saber si el cuerpo giraba en el espacio o la bóveda del universo alrededor de su figura, cada vez más rápido, hasta que sintió el aleteo del frío y el vacío entre sus dedos; entonces su imagen desapareció como si nunca hubiera existido, se desvaneció como aspirada por los muros. Iba a entrar para comprobarlo otra vez.

XXI

Visitar lugares abandonados, desposeídos de todo valor, en compañía, pone de manifiesto un vínculo paradójico, fuera de los ejes omnipresentes de la familia y el trabajo, que tiene por único fundamento la soledad compartida, modelo de una societas vidente y dispersa. Una humanidad solitaria y contemplativa no se dedicaría a la producción y la acumulación de riqueza, para elevar un supuesto nivel de vida, sino a la elevación de la propia vida a un estado de videncia continuo, a una pobreza pródiga y abundante en visiones.

XX

Un autor desconocido retrata diferentes partes de un espacio devastado y cuelga las imágenes en las paredes del sitio. El lugar abandonado se transforma, mediante este simple acto, en la galería de sus propias reproducciones, para visitantes anónimos, e inicia un movimiento autorreferencial de difícil detención. Una muestra de cortesía adecuada es reproducir a su vez cada reproducción y proseguir la cuenta al infinito para la eternidad. ► Locus solus XXIV

XIX

La sesión de fotos se había iniciado pronto en el hotel abandonado, por la mañana, para aprovechar al máximo la luz y el calor del sol. Una modelo estilizada, vestida tan sólo con un body negro ajustado, arquea su cuerpo sobre una pared llena de grietas. Negro sobre blanco. A su lado, una chica toma medidas con el fotómetro o utiliza un flash auxiliar según la necesidad; frente a ella, completa el trío otra chica que apunta con el objetivo de la cámara. No es la primera vez que viene por aquí; hace dos años que visita el lugar. Antes han visitado una fábrica. La modelo propone tumbarse en el suelo. La respuesta que le dan es si te atreves... El flash relampaguea frente a una chimenea, el cuerpo sinuoso dibuja una sombra; el ladrillo rojo y el hollín sirven de fondo silencioso e impasible a la escena. 

XVIII

La casuística peculiar de un lugar abandonado implica que es un lugar artificial en tránsito, sujeto a un proceso de transmutación, una alteración profunda, que aboca a la recreación de un lugar natural. Esta naturalización responde a los criterios de instauración progresiva del silencio y la soledad, a causa de la desaparición de los hablantes y el habla; pérdida de la función y del significado de los objetos, las estructuras y los espacios colindantes; dominio de la dimensión del tiempo y deterioro del entorno material, y colonización por especies vegetales y animales. La regresión a todos los niveles, a modo de alquimia invertida, se concreta en el paso del significado a lo insignificante; de lo útil a lo inútil; de lo productivo a lo improductivo, y de lo valioso a lo residual. Explorar es experimentar cambios, EL cambio en estado puro, la frontera sinuosa que separa y divide la naturaleza y la cultura. La valoración que se haga de este hecho, desde qué lado y en qué parte de la línea divisoria caiga la mirada de la exploración, determina el sentido de la búsqueda, la recompensa anhelada, y tanto el rechazo como la atracción sin reservas.

XVII

Estaba lleno de polvo, impregnado de pies a cabeza de un olor sulfuroso como si hubiera salido de las profundidades del infierno; respiró unos segundos e inició el ascenso por la ladera pedregosa, llena de arbustos, situada detrás del edificio. Cuando apenas llevaba un trecho recorrido, de repente se dio cuenta. Había entrado y visitado tantas veces aquel lugar deshabitado, pasado tanto tiempo en su interior, que ya no sabía cuál era su casa, qué significaba realmente volver a casa. Con toda probabilidad, ya no había lugar en el mundo que pudiera llamar hogar, pertenecía a partir de ahora a la estirpe nómada y su pueblo habitaba al lado de las sombras, fuera de los caminos transitados. Reanudó la marcha, pensativo, y superó un pequeño muro de piedra que marcaba la mitad del camino.

XVI

Desde el punto de vista de la evolución de los mercados, un edificio abandonado, cuanto más ostentoso mejor, es el lugar donde la economía alcanza su cenit, entra en crisis y revela la ausencia de valor en la que se basa el intercambio monetario. Dentro de las enseñanzas que reciben los economistas, debería incluirse como práctica obligatoria la visita a las ruinas y los desechos de las crisis periódicas, por no decir a las víctimas de las hambrunas, quizá de este modo las plazas quedarían vacantes.

XV

A pesar de las apariencias, un abandono no es el lugar más adecuado para rendir culto a la muerte ni experimentar sentimientos mórbidos; al contrario, es el lugar para celebrar el resurgimiento de la vida unido de forma indesligable a la desaparición del hombre. Tan pronto como la presencia humana desaparece, algo recupera el terreno perdido, equilibra la balanza de nuevo. Un lugar abandonado, apartado y alejado de todo, es tanto una imagen del pasado como la imagen del futuro, una tierra liberada del yugo de la especie humana, vacía y desierta. Después del apocalipsis, el instante que marca el ocaso de la civilización, rodeado de un silencio sepulcral, acaba por convertirse en el único paraíso terrenal que podemos imaginar cuando no queda nadie para hacer uso de la imaginación. Llegar a una conclusión de estas características, donde se advoca por el fin del mundo, resulta cuando menos preocupante.

XIV

Una de las muchas paradojas de la exploración de lugares abandonados y solitarios es que parece ir a la búsqueda de una experiencia bastante sorprendente: experimentar la vida no-humana en lo humano, en un entorno humano, como si se quisiera comprobar que incluso ahí, en el corazón de la industria y de la transformación del medio, en la cima de los logros de la técnica y la civilización, acaba por triunfar lo que supera y excede al hombre, la naturaleza y las fuerzas del tiempo como dimensiones terrestres e inhumanas. La inactividad, el cierre de los complejos industriales, transforma el gris dominante en toda una paleta de colores óxido, como si el espacio descubriera una faceta artística que desconocía y se dispusiera a recuperar el tiempo perdido. Nada funciona, pero alrededor todo bulle y está más vivo, es más vital que cualquier lugar habitado y a pleno funcionamiento; sin un plan preconcebido, el conjunto arquitectónico se dedica en cuerpo y alma a "crear", a recobrar una vitalidad, una fuerza desatada que invade y toma posesión del enclave.

XIII

La sensación habitual al salir de un lugar abandonado y volver al mundo habitado no es la de alivio, como cabría esperar, ni tan sólo la de satisfacción o un sentimiento de tranquilidad de volver a un entorno más familiar y seguro, sino la de pérdida del encanto, un proceso súbito de desencantamiento y nivelación de la experiencia, de anulación de la fascinación ante la prodigalidad, el florecimiento de la vida en soledad que no vamos a volver a encontrar: en un sentido literal, porque el abandono cambia día a día y minuto a minuto; y también porque nada semejante experimentaremos en las demasiado humanas, pobladas y bien conservadas calles, edificaciones y viviendas. Al volver se nota a faltar algo indefinible pero real; se nota el cambio, la diferencia en la conservación de los materiales, la ausencia de los efectos del tiempo, evidentemente NO es lo mismo, y el cambio es a peor. Con el tiempo la sensación se difumina, hay un proceso de desensibilización y reeducación por el hábito que vuelve a presentar como normal la excepción de una vida ordenada. El olvido cubre la memoria, pero lo inolvidable sigue ahí, ajeno al mundo calculado y previsible, y se recupera cada vez que se entra de nuevo en un abandono. Entonces, sin lugar a dudas, la sensación equivale a un despertar, al redescubrimiento de la verdadera realidad, a la vivencia de un lugar a la vez íntimo y extraño, el no-lugar donde residen todos los sueños y se almacenan los deseos. Volvemos el lugar de nacimiento, a la tierra natal, y el lugar de procedencia, la vida dejada atrás, no es más que una ilusión compartida, apenas un recuerdo difuso.

XII

Una señal del grado de desesperanza y desapego alcanzado en el seno de las sociedades industrializadas y digitalizadas es que los lugares abandonados son uno de los pocos espacios de libertad y fuera de control, desligados del vínculo social, que quedan. La NADA parece ser el único no-lugar donde es posible ser NADIE, recuperar el anonimato, estar libre de todo, redescubrir la soledad como lazo vinculante. El abandono adopta las características de una tierra prometida paradójica, a la vez utopía y distopía, el infierno convertido en paraíso. La ruina que no tiene ningún valor adquiere el máximo valor.

XI

En un lugar abandonado, el número de partículas en suspensión es muy elevado, el polvo es omnipresente hasta el extremo de que hay casi tanta materia del lugar en el aire, visible bajo cierta inclinación de los rayos de luz, como en estado sólido. El exceso de materia volátil se asocia a una amplia gama de olores que singularizan el espacio, sobre todo en comparación con el olor neutro de los edificios habitados, y la presencia de sabores en el ambiente casi palpables. El explorador, a no ser que utilice una máscara con filtro, en algunos casos recomendable, se traga literalmente el espacio que recorre, absorbe la esencia, respira en todos los sentidos el lugar que explora; a medida que recorre las estancias, entra a formar parte, se integra en la materialidad que le rodea y penetra en su interior. La exploración implica una transformación del cuerpo, una síntesis metódica de la percepción, una sinestesia de los sentidos. De la visión: a modo de distorsión generalizada de la perspectiva, vigas combadas, techos desalineados, remolinos de polvo, escaleras rotas; del gusto: sabores azufrados, salinos, gaseosos; del tacto: materia en descomposición, grietas, texturas ásperas o suavizadas, y del olfato: capas de moho, humedad y óxido. Por último, el oído se suma y culmina la experiencia, la totalidad de los elementos dispersos y heterogéneos, incomparables entre ellos, queda inmersa en el PLANO FIJO e impasible del SILENCIO reinante. Explorar es asistir como espectador fascinado a una sesión única de cine mudo, a la ceremonia que organiza el espacio, participar de una VIDA que recobra el lugar tras el abandono y durante el abandono.

X

La rhopografía es la ARS MUTA que asume el ideario de la exploración y lo eleva a categoría estética como DESCRIPCIÓN de las cosas insignificantes, carentes de importancia, que pasan desapercibidas y resultan imperceptibles, mundos en miniatura, frágiles, efímeros, reino de los residuos de todo tipo, escorias, cenizas, cerniduras, polvo tamizado y excrecencias (► Caput rerum II); CONTEMPLACIÓN de los paisajes desolados, con focos de interés aislados, los parajes desiertos, las vastas extensiones de terreno, los espacios vacíos abiertos al infinito, las naturalezas muertas o desbordantes de vida (► H: Caput mortuum VIII [Helipuerto de Montserrat]); EXPLORACIÓN de los lugares abandonados, relegados al olvido, los edificios deshabitados, las ruinas sometidas a la acción del tiempo y marcadas por la ausencia del hombre, llenas de utensilios caídos en desuso, inútiles, de objetos deteriorados (► C: Caput mortuum III [Colonia Puig] ► P: Caput mortuum XVI [La Puda, balneario]); OBSERVACIÓN de los gestos mundanos, los rostros anónimos cualesquiera, las expresiones nimias pero reveladoras, los movimientos delicados o súbitos de los cuerpos, las posturas gráciles y los hábitos de comportamiento (► A: Caput mortuum I); MEDITACIÓN que mantiene la mirada fija, perdida, en las pequeñas diferencias, los fulgores y reflejos múltiples, los centelleos singulares, el aura que envuelve a los seres y las cosas (► L: Caput mortuum XII); ATENCIÓN FLOTANTE a los detalles y ASOCIACIÓN LIBRE de ideas que da a ver lo que no se ve, visión cegadora, y hace pensar lo que no se piensa, pensamiento inconcebible.

IX

El explorador de lo insignificante, amante del abandono y lo abandonado, lleva una forma de vida ética porque tiene lo otro y lo desconocido como hábito; la única regla que sigue, al ser cualquier cosa excepto la misma cosa, al ser y sentirse otro, es comportarse en el exterior y con el mundo que le rodea de la misma manera que en el interior y consigo mismo. Todo es OTRO UNO, luego respeta y tiene cuidado de los lugares que explora con la misma intensidad y devoción con que se respeta y cuida a sí mismo, como si habitaran en el interior más oculto de su alma, formaran parte de su cuerpo. Comunión con el mundo y con el espacio, ideario de la exploración fundado en la equivalencia de la estética y la ética. No hacer ruido y mantenerse callados, porque el interior no habla y el mundo tampoco; silencio obligado para no perturbar la calma, el recogimiento extraño que reina en el lugar abandonado, en todo lugar de abandono. No ir con prisas, dedicarle su tiempo, detenerse de cuando en cuando para escuchar el silencio y cerciorarse de que estamos a solas con y en el espacio. No tocar, mover ni deteriorar nada, para que no se rompa el encanto de contemplar la acción del tiempo sumada a la ausencia del hombre, monumento incólume, y reine una VISIÓN fascinada, que deja indemnes las cosas, respetuosa, cautiva de la vida propia del lugar, que se funde en el entorno sin destacar. No ser visto, primar la invisibilidad, actuar como un exiliado en tierra extraña, un elemento invisible, siencioso, a modo de fantasma que atraviesa las paredes y no deja huella, hombre ausente en el lugar propicio de la ausencia del hombre. Guardar el secreto, permanecer en el anonimato, velar sobre todo para que lo desconocido siga siendo desconocido, otro para otros. Exilio, silencio, cuidado: la piedra angular de la exploración

VIII

La ética es (el) OTRO llevado a sus últimas consecuencias; la fuente del impulso ético es la existencia estética de alguien otro o algo otro, pero sólo culmina cuando va unida a la necesidad ineludible de ser uno mismo como otro, otra cosa, un otro mismo, otros mismos irreconocibles para sí mismos. Un ser ético es un ser múltiple, disperso, que tiene por única sustancia la RELACIÓN: uno en otros muchos y en mundos sin número; otros muchos en uno, mundos desconocidos que pueblan el alma. No se trata de ponerse en el lugar de otro, en  otro lugar, como si se tratara de algo meramente externo, accidental; la situación, al estar en juego la propia sustancia, exige PONER EL LUGAR DE(L) OTRO EN UNO MISMO, dar cobijo, acoger sin reservas, hospitalidad ofrecida a los seres y al mundo. El refugio es el abandono, es el ser del no ser, nunca esta vacío: o somos lo que no somos, siempre otros, o no somos, siempre iguales, sin cambios aparentes, ni tan sólo llegamos a existir. La primera mirada, el abrir los ojos al mundo, despliega un abanico tan exterior como interior, desdoblamiento de lo propio en lo impropio y lo extraño en acogedor.

VII

La exploración de las cosas insignificantes, abandonadas, mudas y nudas aparece como una acción paralela que vincula una emoción estética, ligada a la percepción de un otro sensible, con un impulso ético, una voluntad imparable de poner de manifiesto, asumir como tarea propia y llevar a su culmen el SER OTRO característico de todos los seres. Habitar en el profundo desconocimiento, la región desconocida, abismal, que son y comparten las criaturas en su dispersión, reflejo mutuo y multiplicidad esencial, tiene por objetivo nada disimulado dejar de ser uno mismo, abandonarse al abandono. No hay escapatoria, la fuga es universal, el universo está en fuga tanto para cada uno, que es un mismo otro, como para todos y cada uno, que son otros que sí mismos y los otros que no son. Espejo arrojado al vacío, roto en mil pedazos.

VI

Los grandes descubrimientos, las gestas heroicas, no pertenecen a la esfera de la exploración de lo insignificante; lo desconocido no es lo lejano en el tiempo o el espacio, cuantificable o cualificable de algún modo, sino la lejanía inherente a todas las cosas, incluidas las cercanas, la extrañeza propia de lo real, la distancia interior que toda cosa guarda en su interior y refulge en el exterior, depositada como el mayor de los secretos en los pliegues delicados del mundo. Descubrir no es cambiar de lugar y abandonarlo por otro, sino hacer de todo lugar un cambio, un lugar abandonado y en perpetuo abandono.

V

Cuando el ÁNGULO de visión alcanza un determinado valor, se sitúa en el cruce vertiginoso donde se superponen las imágenes del mundo, cola de pavo real con colores infinitos, lo insignificante se vislumbra otro, fulgor siempre diferente a sí mismo. En estas circunstancias, la condena o la salvación eternas de las cosas y seres abandonados a su suerte, olvidados sin haber sido nunca conocidos, incapaces de ser lo mismo, es que no pueden formar conjuntos, clases o especies, no responden a ninguna llamada común ni se definen mediante marcas de clasificación. La INSIGNIFICANCIA es el sello de las partículas heteróclitas, inconexas, que flotan en un medio de dispersión sin formar un todo, ajenas al orden de lo general y lo semejante; el carácter residual, respecto a la percepción, la ausencia de significado, respecto a las palabras, y la falta de generalidad, en cuanto al concepto, las convierten en otras junto a otras por derecho propio, señal de su relación íntima con el silencio y lo incomparable. El último reino, el reino de lo desconocido, está tan cerca como uno desee, es deseo cumplido en la lámpara maravillosa.

IV

El mundo de las insignificancias guarda algunas sorpresas y es fuente de un número incontable de paradojas, capitalidad de un pensamiento en deshaucio continuo, fuera de sí mismo. Un aspecto anodino, que pasa desapercibido a cualquiera, y carente de rasgos, resulta, al final, un buen rasgo distintivo, la distinción suprema. Nada mejor para distinguirse que la ausencia de rasgos apreciables y cuantificables, según tablas estimadas de valoración, acordes con los gustos de la época, porque no son objeto de representación y sobreviven al margen de lo general, únicos en su especie, incomparables.