XVII

Estaba lleno de polvo, impregnado de pies a cabeza de un olor sulfuroso como si hubiera salido de las profundidades del infierno; respiró unos segundos e inició el ascenso por la ladera pedregosa, llena de arbustos, situada detrás del edificio. Cuando apenas llevaba un trecho recorrido, de repente se dio cuenta. Había entrado y visitado tantas veces aquel lugar deshabitado, pasado tanto tiempo en su interior, que ya no sabía cuál era su casa, qué significaba realmente volver a casa. Con toda probabilidad, ya no había lugar en el mundo que pudiera llamar hogar, pertenecía a partir de ahora a la estirpe nómada y su pueblo habitaba al lado de las sombras, fuera de los caminos transitados. Reanudó la marcha, pensativo, y superó un pequeño muro de piedra que marcaba la mitad del camino.

XVI

Desde el punto de vista de la evolución de los mercados, un edificio abandonado, cuanto más ostentoso mejor, es el lugar donde la economía alcanza su cenit, entra en crisis y revela la ausencia de valor en la que se basa el intercambio monetario. Dentro de las enseñanzas que reciben los economistas, debería incluirse como práctica obligatoria la visita a las ruinas y los desechos de las crisis periódicas, por no decir a las víctimas de las hambrunas, quizá de este modo las plazas quedarían vacantes.

XV

A pesar de las apariencias, un abandono no es el lugar más adecuado para rendir culto a la muerte ni experimentar sentimientos mórbidos; al contrario, es el lugar para celebrar el resurgimiento de la vida unido de forma indesligable a la desaparición del hombre. Tan pronto como la presencia humana desaparece, algo recupera el terreno perdido, equilibra la balanza de nuevo. Un lugar abandonado, apartado y alejado de todo, es tanto una imagen del pasado como la imagen del futuro, una tierra liberada del yugo de la especie humana, vacía y desierta. Después del apocalipsis, el instante que marca el ocaso de la civilización, rodeado de un silencio sepulcral, acaba por convertirse en el único paraíso terrenal que podemos imaginar cuando no queda nadie para hacer uso de la imaginación. Llegar a una conclusión de estas características, donde se advoca por el fin del mundo, resulta cuando menos preocupante.

XIV

Una de las muchas paradojas de la exploración de lugares abandonados y solitarios es que parece ir a la búsqueda de una experiencia bastante sorprendente: experimentar la vida no-humana en lo humano, en un entorno humano, como si se quisiera comprobar que incluso ahí, en el corazón de la industria y de la transformación del medio, en la cima de los logros de la técnica y la civilización, acaba por triunfar lo que supera y excede al hombre, la naturaleza y las fuerzas del tiempo como dimensiones terrestres e inhumanas. La inactividad, el cierre de los complejos industriales, transforma el gris dominante en toda una paleta de colores óxido, como si el espacio descubriera una faceta artística que desconocía y se dispusiera a recuperar el tiempo perdido. Nada funciona, pero alrededor todo bulle y está más vivo, es más vital que cualquier lugar habitado y a pleno funcionamiento; sin un plan preconcebido, el conjunto arquitectónico se dedica en cuerpo y alma a "crear", a recobrar una vitalidad, una fuerza desatada que invade y toma posesión del enclave.

XIII

La sensación habitual al salir de un lugar abandonado y volver al mundo habitado no es la de alivio, como cabría esperar, ni tan sólo la de satisfacción o un sentimiento de tranquilidad de volver a un entorno más familiar y seguro, sino la de pérdida del encanto, un proceso súbito de desencantamiento y nivelación de la experiencia, de anulación de la fascinación ante la prodigalidad, el florecimiento de la vida en soledad que no vamos a volver a encontrar: en un sentido literal, porque el abandono cambia día a día y minuto a minuto; y también porque nada semejante experimentaremos en las demasiado humanas, pobladas y bien conservadas calles, edificaciones y viviendas. Al volver se nota a faltar algo indefinible pero real; se nota el cambio, la diferencia en la conservación de los materiales, la ausencia de los efectos del tiempo, evidentemente NO es lo mismo, y el cambio es a peor. Con el tiempo la sensación se difumina, hay un proceso de desensibilización y reeducación por el hábito que vuelve a presentar como normal la excepción de una vida ordenada. El olvido cubre la memoria, pero lo inolvidable sigue ahí, ajeno al mundo calculado y previsible, y se recupera cada vez que se entra de nuevo en un abandono. Entonces, sin lugar a dudas, la sensación equivale a un despertar, al redescubrimiento de la verdadera realidad, a la vivencia de un lugar a la vez íntimo y extraño, el no-lugar donde residen todos los sueños y se almacenan los deseos. Volvemos el lugar de nacimiento, a la tierra natal, y el lugar de procedencia, la vida dejada atrás, no es más que una ilusión compartida, apenas un recuerdo difuso.