XXVI

Las cosas insignificantes, residuales, liminales de este mundo no deben ser significadas ni manipuladas en su propio espacio; en esencia son inapropiables y no pueden ser objeto de posesión ni apropiación. Privado y público, propio y ajeno son categorías que no se aplican a lo insignificante. El castigo por la apropiación es la pérdida de la insignificancia y el nacimiento funesto de la propiedad. La mirada no debe querer que el mundo sea a su imagen y semejanza; en realidad, no debe querer nada, debe dejar que el mundo sea como quiere ser, esto es, de cualquier manera. La modificación del escenario, la puesta en escena, es una traición a lo visible, el paso decidido que cruza el umbral de la inocencia. La misión del ojo no es controlar, ejercer un dominio práctico sobre las cosas, sino ver y dejar ver lo que no puede controlar, lo incontrolable, imagen que escapa al propio aparato óptico. El reino de la infancia en la tierra es esta visión liberada, sin propiedades, de cosas y seres libres.