XXXV

Los coches de bomberos rodeaban el complejo al lado del parking. La policía acordona la zona. Las columnas de agua remojan los restos humeantes del edificio, ahora sin techo. Había ardido toda la noche. No hace mucho tiempo vio las motas de polvo volar entre las filas de estantes vacíos, numerados para una función ya en desuso; recorrió las taquillas de trabajadores que nunca más dejarían sus ropas colgadas; contempló los montones de documentos y fichas de clientes de la empresa eléctrica. El mapa que adornaba un despacho, con cortes verticales en dos o tres sitios, debía hacer quedado reducido a cenizas. Nada quedaba de todo aquello. La casualidad hizo que asistiera en persona al funeral definitivo del abandono. Quizá era una muestra de deferencia; lo estaba esperando para despedirse. Puestos a desaparecer, mejor hacerlo con un gran festejo, iluminando la noche, en medio de las llamas purificadoras. La pira funeraria era una súplica al cielo. Se quedó mirando en silencio.