XLI

Los accidentes, las guerras y los muertos constituyen la parte fundamental de las noticias, se consideran acontecimientos relevantes, algo digno de ver; no se trata de una visión pesimista del mundo ni de una pasión morbosa, al contrario, expresa un optimismo desesperado, una chispa de esperanza antes del apocalipsis. Como nadie cree en su propia vida ni mucho menos que pueda morir, se asiste a la vez incrédulo y esperanzado a la muerte de los otros, a una muerte que parece posible otra vez. Mirar cómo mueren, la imagen del sufrimiento, sustituye a una vida inexistente, moribunda, vale por toda una vida, representa una visión reconfortante. El Gran Bosque se lo tragó. Los reporteros acuden al lugar de los hechos dispuestos a dar cuenta del milagro: alguien ha vivido; alguien ha muerto. Todavía hay esperanza para los que no viven. Las vigas del restaurante abandonado cedieron cuando el chatarrero intentaba arrancarlas. Murió bajo los escombros, tal como se muere bajo las bombas que derriban edificios como si fueran de papel. Cerca del restaurante, una furgoneta destartalada; en la parte de atrás, una bombona de butano, algunos hierros, chatarra y poco más. Es el epitafio de su vida, su testamento y su herencia. También la de todos nosotros. El perímetro está rodeado por una cinta policial. Aprovechando el suceso, se emite una entrevista con otros chatarreros en plena faena. Enseñan a la cámara las heridas de guerra, las cicatrices de la batalla con el metal y los cascotes. Conocen el abandono en su propia carne. Mucho mejor que una fotografía.